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Ciudad
anfitriona por naturaleza, La Habana se ofrece entre olas
y sol, sostenida por columnas interminables bajo los
portales infinitos y por el amor que colma casi todos los
espacios de sus habitantes. Impresiona al que la visita,
el contraste intenso de lo detenido en el tiempo, de lo
clásico, junto con el movimiento perpetuo de su carácter
de ciudad gregaria y cosmopolita, presta a los cambios,
amable y alegre, llena de color, desmesurada de sonidos o
silencios.
A1 otro lado
de su horizonte, las fantasías tropicales pueden llevar
a quienes no la conocen, a soñarla como el lugar común
de palmeras, maracas, cálidas pasiones y sempiternas
evasiones; pero reducir a La Habana, a la simpleza de un
mito caribeño es negarle la esencia verdadera de su
grandeza, su alma y su sostén.
El Malecón, esa larga línea de
brisas marinas y besos de enamorados, que separa a la
ciudad del mar, une en un solo rostro las tres caras con
que se presenta La Habana. La primera, es la de la
antigua y portuaria Habana Vieja, rodeada por las
murallas de piedra de sus fortalezas, que aun hoy son
impresionantes baluartes; le sigue, Centro Habana,
animada por decenas de comercios, autos de época que se
resisten a correr la triste suerte de los dinosaurios; y
edificios distinguidos como viejas damas de alcurnia, que
a pesar de sus arrugas, conservan el donaire y la nobleza.
Y La Habana Moderna, encopetada con los estilizados
edificios y aristocráticos hoteles de los años
cincuenta; y el trazado de largas y luminosas calles que
se proyectan hacia el oeste, donde las casas señoriales
y palacetes de la 5ta Avenida, colmaron los ímpetus faraónicos
de sus opulentos moradores del pasado.
Hoy en La
Habana sobran opciones, para llenar todas las
expectativas del visitante activo, particularmente las de
índole recreativa y cultural, que han crecido con
esplendor en los últimos años, con lugares
imprescindibles, que el viajero debe visitar, para sentir
que verdaderamente ha puesto sus pies en la capital
cubana.
La vida de los habitantes de la
parte vieja de la ciudad está marcada en una buena parte
por el ritmo de sus plazas, llenas de gentes al amanecer
o en la tarde, y casi desiertas durante las tórridas
horas del mediodía, cuando el sol se lanza en picada. Así
es la Plaza de la Catedral, donde la iglesia acapara con
su portentosa fachada barroca del siglo XVIII todo el
protagonismo, entre linajudas mansiones coloniales,
convertidas hoy en apreciados museos. La Plaza de Armas,
a pesar de su belicoso nombre de antaño, transmite al
caminante una profunda sensación de paz, por su
abundante fronda y jardines, que conforman un oasis en
medio de las calles adoquinadas y de la soberbia sillería
de los palacios que la circundan.
Con el encanto
de una fuente única donde los leones amansados por las
aguas, destilan la virtud del mármol de Carrara; la
Plaza de San Francisco mantiene el equilibrio, entre el
Mercurio de bronce que corre travieso en lo alto de la
Lonja del Comercio y la torre de la iglesia, que por el
siglo XVIII fue la más alta de la ciudad y pugna ahora
por mantener su preponderancia visual.
La Plaza Vieja, exhibe la
exclusividad de tener las más antiguas columnas y
portalones de la ciudad, con los que aplacó al veleidoso
clima del trópico a veces tórrido y a veces lluvioso.
Generalizados en el paisaje urbano con el transcurso del
tiempo, son parte de la personalidad habanera, sin los
cuales sería imposible concebir la existencia de La
Habana misma.
Y entre tanta
piedra sacralizada, una añosa fondita alcanzó la
categoría de templo de la comida criolla. "La
Bodeguita del Medio", atravesada en la calle
Empedrado, a cuatro pasos de la Catedral, es el lugar de
culto y peregrinación gastronómica, de cuanto célebre
personaje ha pasado por La Habana, en los últimos
cincuenta años. Marlene Dietrich la adoraba, y Luis
Miguel Dominguín contaba allí sus hazañas en el ruedo,
entre sorbos de ron con hielo y hierba buena, en la
amable combinación etílica de ese cóctel que es el
"Mojito".
No muy
lejos de aquí, donde termina o comienza la Calle del
Obispo, según se venga o se vaya hacia las desaparecidas
puertas de Monserrate; otro personaje sembró una
leyenda, entre eventuales trifulcas y libaciones de
Daiquiris escarchados. Ernest Hemingway, durante su
prolongada estancia en el Hotel "Ambos Mundos",
no dejó de concurrir ni un solo día a la barra del
Floridita, de Pollo dejó constancia para todos los
tiempos en varias de sus novelas.
Cruzando sobre los ocultos
cimientos sepultados de las murallas, se llega al parque
más concurrido de la ciudad, el Parque Central. Su
aspecto actual data de 1926, cuando fue inaugurado el
cercano Capitolio Nacional, obra que contempló además
la remodelación de todo el Paseo del Prado, el Campo de
Marte y la construcción de la nueva Estación Central de
Ferrocarriles. Hasta hoy, el Capitolio conserva el récord
de ser la obra arquitectónica más compleja construida
en Cuba en todos los tiempos. Erigido como sede de la Cámara
de Representantes y el Senado, sobresale su cúpula que
alcanza 94 m de altura, la impresionante escalinata y
frontón de severo estilo clásico y la estatua de "La
República", en el "Sa1ón de los Pasos
Perdidos", que con más de 17 m de alto y 49
toneladas de peso, es la tercera más grande del mundo
bajo techo. Su interior es suntuoso, ricamente decorado
con finos bronces, mármoles y barnices, maderas
preciosas y oro.
A menos de diez minutos del
Capitolio, otro monumento sobresale por su singular
estructura, en medio del escenario de importantes
acontecimientos históricos; la "Plaza de la
Revolución", en la intercepción de las avenidas
Paseo y Rancho Boyeros. La espectacular pirámide que la
preside es la construcción más elevada del país con
141 metros sobre el nivel del mar. Forma su base una
estrella de cinco puntas, alegoría a la libertad, que se
proyecta como un haz hacia el cielo, para la que se
emplearon 10 mil toneladas de mármol de la Isla de Pinos
(actual Isla de la Juventud). A los pies de la torre se
alza una estatua colosal de José Martí, el Apóstol de
la Independencia de Cuba, esculpida por el escultor
cubano Juan José Sucre. Todo el conjunto conforma un
Memorial y Museo dedicado a la vida y obra de Martí,
hombre de extraordinarias luces como humanista, literato
y revolucionario, que bien vale visitar.
Tomando por
la amplia Avenida de Rancho Boyeros, hasta la intercepción
con la calle G, llegamos a La Rampa, considerada hoy como
el centro recreativo y espiritual de La Habana Moderna.
La Rampa es el tramo que se desliza desde las alturas del
Hotel Habana Libre hasta el Malecón. Cobró su vida
singular con la construcción de los hoteles, cabarets y
salas cinematográficas que le rodean; pero sobre todo,
cuando se levantó a finales de los años sesenta la
heladería Coppelia, famosa desde entonces por sus
helados con sabores de frutas tropicales. La Rampa se
distingue también como el punto de partida de atractivas
excursiones por el Vedado.
Casi a dos
pasos de allá, está la imponente Universidad de la
Habana, construida en 1929. En su punto más elevado está
enclavada la estatua del Alma Mater. Su autor, el
escultor checoslovaco Mario Korbel, empleó como modelos
a dos mujeres, una robusta mulata para el cuerpo y una
hermosa adolescente para el rostro. Los edificios que
conforman el rectorado y las diferentes facultades de
ciencias y humanidades, son de un regio estilo clásico,
caracterizados por sus imponentes columnas. En la
Universidad hay dos museos extraordinarios, el de las
Ciencias Naturales "Felipe Poey" y el "Montane",
dedicado a la cultura de los aborígenes, que exhiben
muestras de singular valor.
A un
centenar de metros de la escalinata universitaria, en una
portentosa mansión de estilo renacentista se encuentra
el más importante museo de América dedicado a Napoleón
Bonaparte. En el se exhiben los objetos, mobiliarios y
documentos, adquiridos durante años por Orestes Ferrara,
un acaudalado político admirador del Gran Corso. Entre
innumerables piezas valiosas, pueden verse las pistolas
que Bonaparte llevaba en la Batalla de Borodino, el
bicomio y catalejo utilizados en Santa Elena y una pieza
chica: su mascarilla mortuoria, traída a Cuba por su médico
de cabecera Francesco Antonmarchi.
Subiendo
por la calle 23, hay otro lugar del Vedado que merece una
especial atención. Se trata de la Necrópolis de
Cristobal Colón de La Habana, que sobrepasa con el valor
y belleza de sus monumentos escultóricos y arquitectónicos,
la trascendencia de su luctuosa misión. Se distingue en
el cruce de las calles Zapata y 12, por su monumental
portada, de tres arcadas, orladas de archivoltas y
coronada por las virtudes teologales talladas en mármol
de Carrara. Por el incalculable valor de sus obras y su
considerable extensión, es la segunda necrópolis en
importancia a nivel mundial, antecedida por la necrópolis
de Génova en Italia.
Dejando atrás
la desembocadura del Río Almendares, guarnecida por el
viejo fortín de la Chorrera, la 5ta Avenida se abre con
todo el esplendor de su aristocrática hechura hacia el
reparto Miramar. Esta hermosa vía centrada de jardines
nos conduce también hacia el litoral oeste, una de las
zonas de desarrollo turístico más importante de la
capital a orillas del mar. Acogedores hoteles, como el
Copacabana, el Chateau y el Comodoro, o los gemelos
Neptuno y Tritón, brindan confortable alojamiento. También
esta zona concentra numerosas embajadas, oficinas y
centros de negocios, entre loa que resalta como líder el
Palacio de las Convenciones, con amplios salones para
reuniones y conferencias, y su exclusivo hotel Palco.
Hospedado en cualquiera de estos hoteles, las noches de
Mirara prometen siempre algún buen pretexto para
mantenerse insomne. "Dos gardenias" en 7ma y 26,
propone la romántica conjura del bolero con los mejores
cantautores cubanos del genero. Pero si el ánimo está a
favor del estallido de las luces y el desenfado, las
discotecas "Ipanema" del Copacabana o "Discolimpo"
del Tritón-Neptuno son un buen motivo para ganarle años
a la vida.
Si prefiere
disfrutar de la excelencia de un espectáculo de fama
internacional, entonces la opción indiscutible es
Tropicana, un "Paraíso bajo las Estrellas", a
sólo unos minutos de los hoteles de las playas del oeste.
Su show ha logrado mantener durante medio siglo un
esplendor insuperable, donde se le rinde culto a la
belleza de la mujer cubana, a lo mejor de la música
nacional y su folklore.
No podemos
dejar fuera de esta visita a las playas de La Habana. A
pocos kilómetros del centro de la ciudad se hallan las
playas Santa María y Guanabo, dos playas mundialmente
conocidas por la blancura de su arena y la transparencia
cristalina de sus aguas. Durante el verano se llena de bañistas
provenientes de la capital, en busca de sus cálidas
aguas. En invierno la temperatura es un poco fría para
los cubanos, pero un visitante europeo o de un clima mas
frío, las encontrará a una temperatura perfecta.
La Habana
diurna o nocturna es, por supuesto, mucho más que todo
lo que hemos mencionado aquí, esta es solo una parte de
una ciudad que abre amistosamente sus puertas, para
brindar la posibilidad única de sentir la pasión de
vivir entre sol, columnas, mar y amor, VISÍTALA.
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